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Este Blog del Centro Cultural Fortunato Lacamera, surge impulsado por la voluntad de abrir un nuevo canal de comunicación con la comunidad. Es que la gratificante y movilizadora experiencia de participar en un Centro Cultural Barrial dibuja en el horizonte del vecino un inagotable campo creativo. Visto desde la perspectiva individual, un niño trasponiendo una vez más al día la puerta de la escuela, un joven practicando los pasos de esa melodía que a diario escucha en su casa, un adulto sintiendo que al dejar la oficina, la fábrica o su tarea diaria le falta todavía la parte seguramente más sustanciosa del día, asistir a su taller en el Centro Cultural, o un adulto mayor que ha comprobado cabalmente que nunca es tarde para empezar, para tomar los pinceles, para aprender el "paso básico", para afinar y vocalizar, para salir a escena, o para despuntar aquella "vocación" que fue quedando a lo largo de la vida para mejor oportunidad o para descubrir en nosotros mismos una vena artística que nunca hubiéramos imaginado.La cultura no es un producto elaborado o formateado que se produce en determinado lugar, la cultura es la información, el aprendizaje, la disciplina, el esfuerzo, el goce espiritual, el compromiso con nosotros mismos y nuestra comunidad, todas las acciones que acometemos por encima de los condicionamientos de lo material. Es por todo eso que somos nosotros mismos quienes producimos el hecho cultural y de ahí nuestro aporte al conjunto, a una mejor calidad de vida y al delineado permanente de los perfiles de nuestra identidad latinoamericana.

Equipo de Conducción.

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lunes, 9 de junio de 2008

Taller de Cuento

CUENTO CAMBIADO

A los dieciocho años, dueña de una belleza luminosa y llena de vida, Leonor tenía una única meta: el matrimonio. Podría haberla alcanzado fácilmente; con sus cualidades atraía a hombres jóvenes y no tan jóvenes por igual. Sin embargo, en aquel pueblo y en aquella época (alrededor de 1950) ser la menor de tres hermanas ofrecía ciertas desventajas.
La primera vez que Leonor habló con su madre sobre un posible candidato - el joven empleado de la farmacia de la esquina – Doña Prudencia puso el grito en el cielo.
–Esto no pede seguir adelante, Leonor. Pensá en Petra y en Federica.
Ellas, ni mira de casarse. Vos podés esperar. No seas egoísta, Leonor.
Así fue como el incipiente noviazgo naufragó.
Poco después, un señor serio y viudo se acercó a la casa Leonor con el propósito de solicitar Doña Prudencia permiso para visitar a la menor de sus hijas formalmente, como novio. Salieron a recibirlo Petra y Federica. Nunca se supo lo que le dijeron. El hecho es que el candidato no atravesó el umbral y se hizo humo. A las protestas y enojos de Leonor, Doña Prudencia respondía: No seas egoísta, Leonor. Pensá en tus hermanas.
Luego se presentó Bruno, aquel muchacho con un tic nervioso que lo obligaba a guiñar el ojo permanentemente. Este simple detalle bastó para que Leonor no lo considerara seriamente entre sus posibles galanes.
–No seas egoísta, Leonor. No lo ahuyentes. Presentáselo a Petra; a ella no le va a importar– le reprochó Doña Prudencia.
Hay que decir que las hermanas de Leonor estaban lejos de ser bonitas. Carecían de gracia, eran oscuras e insignificantes. Petra, además, era de pocas luces y, evidentemente, torpe.
Pero Bruno no cayó en la trampa. Para él era Leonor o ninguna otra. –Será ninguna, entonces– sentenció Doña Prudencia.
El último aspirante en aparecer fue un apuesto subteniente de caballería. Por las tardecitas, montado en un brioso caballo solía hacer “pasadas” llenas de amorosa insinuación frente a la casa de la joven. Iba al trote corto, escoltado por cuatro soldados también a caballo. Leonor los miraba pasar desde la ventana de la sala. Sus hermanas, a empellones, lograron desplazarla de su sitio y fueron ellas las encargadas de sonreírles y saludarlos hasta que ellos también desaparecieron.
Llegó el día en que Leonor no aguantó más. Tenía ya veinticinco años y en el pueblo no quedaban hombres disponibles. Armó la valija le dijo a su madre que se iría al departamento de una amiga que la había precedido en su decisión de mudarse a Buenos Aires.
Al escucharla, Doña Prudencia, bañada en llanto, casi se desmayó. Las hermanas también lloraron y repetían a la par de la madre:
–Note vayas, Leonor. No nos dejes solas. No seas egoísta.
Tantas lágrimas no conmovieron a Leonor. – Ellas son las egoístas –; ellas son malas y envidiosas.
Por fin las estaba viendo como en realidad eran. Hubo un largo silencio preñado de gimoteos. Entonces, Leonor respiró hondo y lentamente soltó el exabrupto liberador: –Váyanse a la mierda– dijo, y abandonó la casa.


En Buenos Aires Leonor trabajó, estudió y convertida en una exitosa empresaria viajó y vivió en otras ciudades del mundo. Se casó dos veces. Sin embargo, no encontró felicidades sus matrimonios.
Una vez muerta su madre, nunca más volvió de visita a su pueblo. Su hermana Petra, después de acompañar y cuidar a Doña Prudencia hasta su última hora, buscó refugio en un convento.
En cuanto a Federica, la mayor, con astucia y tenacidad logró atrapar a un militar retirado. Calvo y de abdomen prominente era, no obstante, el mismo que en su juventud había lucido airoso el uniforme de oficial de caballería. El mismo que, infructuosamente, había intentado conquistar desde la montura a la bella Leonor, la hermana egoísta.


RAQUEL REBECHI

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